12. Y hubo muchos murmullos. Quiere decir que, dondequiera que los hombres se reunieran en multitudes, como suele suceder en grandes asambleas, mantenían conversaciones secretas sobre Cristo. La diversidad de opiniones, que aquí se relaciona, prueba que no es un mal nuevo, que los hombres deben diferir en sus opiniones sobre Cristo, incluso en el seno mismo de la Iglesia. Y como no dudamos en recibir a Cristo, quien anteriormente fue condenado por la mayor parte de su propia nación, debemos estar armados con el mismo tipo de escudo, para que las disensiones que vemos a diario no nos perturben. Nuevamente, podemos percibir cuán grande es la imprudencia de los hombres en las cosas de Dios. En un asunto sin importancia, no se habrían tomado tan gran libertad, pero cuando la pregunta se relaciona con el Hijo de Dios y su santísima doctrina, inmediatamente se apresuran a emitir un juicio al respecto. Tanto la mayor moderación deberíamos mantener, que no podemos condenar nuestra vida con la verdad eterna de Dios. Y si el mundo nos tiene por impostores, recordemos que estas son las marcas y marcas de Cristo, siempre que demostremos, al mismo tiempo, que somos fieles. Este pasaje muestra asimismo que en una gran multitud, incluso cuando todo el cuerpo está en un estado de confusión, siempre hay algunos que piensan correctamente; pero esas pocas personas, cuyas mentes están bien reguladas, son tragadas por la multitud de aquellos cuyas comprensiones están desconcertadas.

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