24. Pero cuando los fariseos lo oyeron. Los escribas no pueden retener el reconocimiento de un hecho tan abierto y manifiesto, y aun así carpian maliciosamente (105) por lo que Cristo hizo por poder divino. No solo oscurecen el elogio del milagro, sino que se esfuerzan por convertirlo en un reproche, como si fuera realizado por un encantamiento mágico; y esa obra, que no podría atribuirse a un hombre, alegan que tiene el demonio para su autor. De la palabra Belcebú que he hablado en el Décimo Capítulo, (106) y del príncipe de los demonios, he dicho un poco en el Noveno Capítulo. (107) La opinión expresada por los escribas, de que hay un príncipe entre los espíritus malignos, no surgió de un error de la gente común, o de una suposición, pero por una convicción entretenida entre los piadosos, que los reprobados tienen una cabeza, de la misma manera que Cristo es la Cabeza de la Iglesia.

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