44. Pero presumieron subir a la cima de la colina. No era, de hecho, su intención deliberadamente ponerse en contra de Dios, sino que se esforzaron por apaciguarlo por este medio de propiciación. Tampoco su autoengaño carecía de un pretexto colorable, en la medida en que estaban dispuestos alegremente a acoger la muerte, a fin de ofrecer sus vidas en sacrificio, y así compensar sus vacilaciones e inercias anteriores. Es así que el celo de los impíos es ferviente, cuando debería estar quieto; mientras que cuando Dios lo ordena, la frialdad y la apatía poseen sus mentes, de modo que su voz no los excita más que como si fueran piedras. En una palabra, cuando debería estar tranquilo, la incredulidad siempre es activa, rápida y audaz; pero cuando Dios quiere que avance, es tímido, lento y muerto.

En conclusión, agrega Moisés, que su tonta empresa fue castigada; porque no fueron simplemente derrotados y puestos en fuga por sus enemigos, sino que fueron completamente destruidos. (79) Por lo tanto, nos damos cuenta de que su audacia les falló en el juicio y que era deficiente en coraje verdadero. Al mismo tiempo, él relata otra señal de su insensatez, ya que dejaron atrás el arca de Dios, así como a Moisés, y se apresuraron hacia adelante, como personas condenadas, para ser asesinados. Por lo tanto, parece que los incrédulos, cuando se dejan llevar por el impulso ciego de su celo, son tan desprovistos de razón y discreción como si deliberadamente conspiraran para su propia destrucción.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad