20. Y Moisés les dijo. Moisés podría parecer errar del lado de la buena naturaleza excesiva, ya que extiende los límites prescritos por Dios, al cumplir con su deseo. Porque, como se les prometió su herencia en la tierra de Canaán, debieron contentarse con eso como su morada; tampoco estaba permitido que Moisés hiciera ninguna alteración en el decreto divino. También hay otra cosa no menos inconsistente, que en un punto de tanta perplejidad, Moisés, como de costumbre, no consulta a Dios, sino que da una respuesta inmediata, que indirectamente anula la ordenanza anterior de Dios. Y, en verdad, su deseo no era excusable de ninguna manera, ya que nunca se les habría ocurrido si hubieran tenido en cuenta el pacto de Dios y se hubieran satisfecho con esta bondad: ya que no puede ser sino que la carne debería estar constantemente corriendo antidisturbios, a menos que se mantenga bajo restricción por el llamado de Dios. Pero Dios, que sabe sacar la luz de la oscuridad, no solo perdonó su error, sino que también aprovechó la ocasión para extender su liberalidad. Así, la tierra de Basán y su vecindario se agregaron a los límites anteriores. Al mismo tiempo, sin embargo, demostró, por otro lado, cuánto mejor hubiera sido para ellos mantenerse juntos, de modo que pudieran haberse protegido mutuamente, y habitarse de forma segura en su habitación designada. Y, después del lapso de un largo período, los rubenitas y gaditas aprendieron por experiencia que habían sido demasiado apresurados en desear la tierra que obtuvieron; sin embargo, a través de la indulgencia de Dios, lo que podría haber sido perjudicial para ellos, resultó para su ventaja.

Sin embargo, podemos deducir del resultado que Moisés no fue culpable de ninguna imprudencia en su interferencia con la ordenanza de Dios, tanto porque ordena lo que ahora determina que se ratifica y mantiene después de su muerte; y cuando, en el libro de Josué, se registra que a las varias tribus se les asignó su herencia, este país más allá del Jordán queda excluido, ya que Moisés lo concedió a las tribus de Rubén y Gad y la mitad de Manasés. Por lo tanto, es evidente que su decisión fue aprobada por Dios. Además, dado que a menudo es honrado con el título de "siervo de Dios", se nos enseña que él no hizo nada en este asunto sin la autoridad de Dios y la guía de Su Espíritu. Tampoco es al azar que él aquí a menudo hace uso del nombre de Dios, sino que implica que lo que hace lo sugiere.

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