12. Levántate, oh Jehová. Es una enfermedad bajo la cual los hombres en trabajo general, imaginar, de acuerdo con el juicio de la carne, que cuando Dios no ejecuta sus juicios, él está sentado ocioso o relajado. Sin embargo, hay una gran diferencia con respecto a esto entre los fieles y los malvados. Estos últimos aprecian la falsa opinión dictada por la debilidad de la carne, y para calmarse y halagarse en sus vicios, se entretienen en el sueño y hacen que su conciencia sea estúpida, (226) hasta que por fin, a través de su obstinación perversa, se endurecen en un gran desprecio de Dios. Pero los primeros pronto sacuden de sus mentes esa falsa imaginación y se castigan a sí mismos, volviendo por su propia cuenta a una debida consideración de cuál es la verdad sobre este tema. (227) De esto hemos presentado aquí un ejemplo sorprendente. Al hablar de Dios a la manera de los hombres, el profeta declara que el mismo error que acaba de condenar en los despreciadores de Dios se había ido acumulando en su propia mente. Pero él procede de inmediato a corregirlo, y lucha resueltamente consigo mismo, y evita que su mente forme tales concepciones de Dios, que reflejarían deshonra sobre su justicia y gloria. Por lo tanto, es una tentación a la que todos los hombres son naturalmente propensos, comenzar a dudar de la providencia de Dios, cuando no se ven su mano y su juicio. Los piadosos, sin embargo, difieren ampliamente de los impíos. El primero, por medio de la fe, verifica esta aprensión de la carne; mientras que estos últimos se entregan a su imaginación perversa. Por lo tanto, David, por la palabra Levántate, no conmueve tanto a Dios, ya que se despierta, o se esfuerza por despertarse, para esperar más ayuda de Dios que la que experimentó actualmente. En consecuencia, este versículo contiene la útil doctrina, que cuanto más se endurecen los impíos, a través de su ignorancia perezosa, y se esfuerzan por persuadirse de que Dios no se preocupa por los hombres y sus asuntos, y no castigará la maldad que cometen, más deberíamos tratar de ser persuadidos de lo contrario; sí, más bien su impiedad debería incitarnos vigorosamente a repeler las dudas que no solo admiten, sino que estudian para sí mismos.

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