Sobre las conversaciones del cap. 14

El tema sobre el que gira este capítulo es precisamente el que exige la situación: la separación que se avecina. Jesús tranquiliza a sus discípulos, profundamente turbados por esta perspectiva, prometiéndoles un doble encuentro, uno más lejano en la casa del Padre, al final de su carrera terrena, el otro totalmente interior y espiritual, pero muy cercano. La idoneidad histórica de estos dos grandes pensamientos es perfecta.

En cuanto a las preguntas de Tomás, Felipe y Judas, Reuss encuentra que proceden de malentendidos tan extraños y errores tan groseros que es imposible concederles ninguna veracidad histórica. Pero la exégesis ha comprobado, por el contrario, que son completamente apropiados al punto de vista de los apóstoles en ese momento. Mientras Jesús estuvo con ellos, a pesar de su apego a su persona, todavía compartían las ideas que generalmente se recibían.

Fue la muerte de su Maestro, su ascensión y finalmente Pentecostés, lo que transformó radicalmente su idea del reino de Dios. En consecuencia, no hay nada sorprendente en el hecho de que Tomás, como los judíos en el cap. 12, debe quejarse de no entender nada acerca de un Cristo que deja la tierra; o que Felipe, como los judíos que pedían una señal del cielo, pidiera, en lugar de su presencia visible, una teofanía sensible; o, finalmente, que Judas se preguntara ansiosamente cuál podría ser una venida mesiánica de la que el mundo no debería ser testigo.

Dos concepciones, la de los discípulos y la de Jesús, no dejan de chocar en estos diálogos, y para haberlos reproducido con tanta naturalidad y dramatismo, en una época ya avanzada, cuando se habían aclarado todos estos problemas que en ese momento ocupaba la mente de los discípulos, ciertamente uno debe haber estado presente en estas conversaciones, y haber tomado él mismo una parte activa en ellas.

Esto se desprende, además, del modo en que el evangelista nos inicia en este relato en las relaciones íntimas y familiares de Jesús con los discípulos y en el carácter de los personajes que forman el círculo apostólico. O todo esto, estos nombres propios, estas preguntas atribuidas a cada uno, estas alocuciones personales de Jesús, es un juego indigno de un hombre serio, o es el relato de un testigo que participó él mismo en las emociones de esta última noche.

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