La jactancia es natural. Los asirios habían tenido una carrera ininterrumpida de éxito, y bien podrían creer que sus dioses eran más poderosos que los de las naciones con las que habían luchado. No es sorprendente que no entendieran que sus éxitos hasta ahora habían sido permitidos por el mismo Dios, Yahweh, contra quien ahora se jactaban.

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