Al predicar "confiar en Dios", el moralista anticipa la enseñanza de que el hombre está justificado por la fe. Confiar en la voluntad de Dios, el secreto de toda verdadera grandeza, es surgir de todas nuestras ansiedades, planes y miedos cuando nos consideramos los árbitros de nuestra propia fortuna y, por lo tanto, "nos apoyamos en nuestra propia comprensión".

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