La matanza de los idólatras en Jerusalén

La voz que ha estado hablando con Ezequiel ahora convoca a seis seres sobrenaturales armados con armas de matanza. Los asiste un séptimo vestido como un sacerdote y equipado como un escriba. Vienen del norte y se colocan junto al altar de bronce en el atrio interior. La 'gloria de Dios' abandona el carro viviente y se para en el umbral del edificio principal del Templo. Al hombre que actúa como escriba se le instruye que pase por la ciudad y ponga una marca en la frente de todos aquellos que lloran por las idolatrías imperantes. A los otros seis se les instruye que lo sigan, que maten a todos aquellos que no estén así marcados, sin respeto por el sexo o la edad, y que comiencen en el Templo mismo. Se obedece la orden y los adoradores del sol en el templo son las primeras víctimas. Ezequiel, consternado por la suerte de los ciudadanos, cae de bruces para suplicar que no se destruya toda la nación, pero se le dice que el castigo debe ser severamente ejecutado sobre aquellos que lo han merecido tan plenamente. El ángel escriba informa que su trabajo está hecho, y nos queda imaginar que también se llevó a cabo el trabajo de la matanza. Este capítulo enseña que mientras Dios visita el pecado con condenación, Él es perfectamente justo y no permitirá que los justos perezcan con los malvados.

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