Es el Señor. Esta severa sentencia es del soberano Señor del mundo, quien tiene el derecho absoluto de disponer de mí y de todas sus criaturas; quien es de manera especial el gobernante del pueblo de Israel, a quien corresponde castigar todas mis ofensas; cuyo castigo, por tanto, acepto. Esta fue una respuesta piadosa y noble, y muestra el profundo sentido que Elí tenía de la soberanía divina sobre él, y la sumisión total, implícita y voluntaria que debía a todos los decretos de Dios, por más duros que fueran para él. Este debería ser nuestro idioma; este debe ser el sentimiento de nuestro corazón, bajo todas las dispensaciones de la divina providencia para con nosotros, sean prósperas o adversas, agradables o dolorosas para la carne y la sangre. Debajo de todo, nuestra voluntad debe estar resignada, y todo lo que está dentro de nosotros debe decir:Es el Señor; que haga lo que bien le parezca.

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