He aquí, mi hijo busca mi vida, que es mucho mayor daño que reprocharme con palabras. ¿Cuánto más puede hacer este benjamita? Uno de esa tribu y familia de la cual Dios quitó el reino y me lo dio. Que maldiga. No le impidas ahora con violencia que lo haga, ni lo castigues por ello. Es conveniente que soporte la indignación del Señor y me someta a su voluntad. Porque el Señor no se lo ha ordenado por la palabra de su precepto, ni por ninguna influencia poderosa sobre su mente que lo impulse a ello; pero por la palabra de su providencia, colocándome en circunstancias tales que él concibe que puede maldecirme impunemente, y haciendo sufrir la malignidad de su corazón para tomar su curso natural y trabajar sin restricciones.

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