Bendijo a la gente. Es decir, de todo corazón y solemnemente oró a Dios por su bendición sobre ellos; lo cual hizo como profeta y como rey de ellos, a quien por oficio le correspondía por todos los medios buscar el bienestar de su pueblo. También los pronunció bienaventurados en nombre de Dios. Entonces todo el pueblo se fue, cada uno a su casa, o mejor dicho, a su tienda, acampada en Jerusalén o cerca de ella en esta ocasión.

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