El pueblo temía al Señor. Esta gran obra que el Señor había hecho sobre los egipcios fue un medio para engendrar en ellos, al menos por el momento, pensamientos terribles sobre Dios y afectos devotos hacia él. Y creyeron al Señor ya su siervo Moisés. Ahora se avergonzaban de sus desconfianzas y murmuraciones; y en la mente en la que estaban, nunca más volverían a desesperar por la ayuda del cielo, no, ¡no en los mayores apuros! Nunca más volverían a pelear con Moisés, ni hablarían de regresar a Egipto. ¡Qué bueno para nosotros si estuviéramos siempre en un marco tan bueno como lo estamos a veces!

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