El que reprende a un hombre, que lo reprende por sus faltas, aunque pueda desagradarle, no, al principio lo enfurece; Más tarde hallará más favor que el que lisonjea. Cuando el reprendido llega tranquilamente a considerar la fidelidad, la buena intención y el desinterés del reprensor, y el beneficio que le produce la reprensión, y con la bajeza y la maldad de la lisonja, tenga mayor consideración por tal hombre, que por uno que lo complazca en todo y, con palabras lisonjeras, lo apruebe y aliente en aquellas prácticas que deben ser reprendidas.

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