¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? ¿Buscar, o confiar en, cortejar o codiciar un conocido? Dios es en sí mismo más glorioso que cualquier otro ser, y debe ser a nuestros ojos infinitamente más deseable. Él, y solo él, es la felicidad y el mayor bien del hombre. Él, y nadie más que él, que hizo el alma, puede hacerla feliz. No hay otro en el cielo o en la tierra que pueda pretender hacerlo. Ahora bien, para que Dios sea nuestra felicidad, debemos tenerlo , como aquí se expresa; debemos poseer su favor, su imagen y comunión con él. Debemos elegirlo para una porción y asegurarnos de interesarnos en su amor. ¿De qué nos servirá que sea la felicidad de las almas, si no es la felicidad de nuestrasalmas ¿Y si no lo hacemos nuestro, con fe viva, uniéndonos a él en un pacto eterno? Nuestro afecto debe estar en él y nuestro deleite debe estar en él. Nuestros deseos no solo deben ofrecerse a Dios, sino que deben terminar en Dios, como su objetivo último. Todo lo que deseamos además de él debe ser deseado en subordinación a él y a su voluntad, y con miras a su gloria. No debemos desear nada además de Dios, sino lo que deseamos para Dios. Él debe tener nuestro corazón, todo nuestro corazón, y no se debe permitir que ninguna criatura en la tierra o el cielo comparta con él.

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