Y David subió por la subida del monte de los Olivos y lloró, etc. Seguramente nunca se registró en la historia un evento más memorable, ni un espectáculo más conmovedor jamás exhibido a los ojos de los mortales: un rey, venerable por sus años y victorias, sagrado en el carácter tanto de su piedad como de sus profecías, famoso por su destreza y reverenciado por su sabiduría, reducido a la condición de un fugitivo, a una repentina y extrema necesidad de volar por su vida, y de la presencia de su propio hijo, su amado y deleite.

En esta condición subió al monte y, cuando llegó a la cima, cayó postrado ante Dios. Josefo nos dice que cuando llegó a la cima de la montaña, miró la ciudad y oró a Dios con lágrimas en abundancia. Se puede pensar que vale la pena notar que Josefo debería decirnos que David lloró y vio la ciudad en el mismo lugar desde el cual el evangelista nos informa que nuestro bendito Salvador lloró por ella.

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