Reunió los pies en la cama: Jacob se sentó al lado de la cama, con los pies en el suelo, mientras pronunciaba estas bendiciones; el Espíritu de Dios lo había apoyado durante el tiempo, en esta postura. Pero como ya no tenía nada más que añadir, metió los pies en la cama y, con la cabeza apoyada en la almohada, expiró tranquilamente, a la edad de ciento cuarenta y siete años; feliz y lleno de fe en su muerte.

Jacob era, en todos los aspectos, una persona distinguida; un hombre de buen entendimiento, sentido vivo y habilidad natural. Las revelaciones con las que Dios lo honró, fueron numerosas y extraordinarias. En él se percibía una disposición a prever los peligros y un valor siempre prudente para conducirse correctamente a través de ellos. Nacido para cosas más grandes que Isaac, se crió a sí mismo por su propia industria bajo la bendición del Altísimo; y, en el espacio de veinte años, ganó tales posesiones, como para poder vivir en crédito y reputación con los príncipes de su época. Es cierto, su vida estuvo llena de muchas cruces; pero los socorros y las revelaciones divinas fueron suficientes para apoyarlo y guiarlo, hasta que llegó a la Canaán celestial.

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