Versículo 13. Presta atención a la lectura... Timoteo podría comprender fácilmente el significado del apóstol; pero en la actualidad esto no es tan fácil. ¿A qué libros se refiere el apóstol? Probablemente se refería a los libros del Antiguo Testamento, que daban testimonio de Jesús y con los que podía convencer o confundir a los judíos. Pero, ¿la lectura de éstos debía ser pública o privada? Probablemente ambas cosas. Era costumbre leer la ley y los profetas en la sinagoga, y sin duda en las asambleas de los cristianos; después de lo cual se hacía generalmente una exhortación fundada en el tema de la profecía. De ahí que el apóstol diga: Asiste a la lectura, a la EXHORTACIÓN y a la DOCTRINA. Por lo tanto, Timoteo debía ser diligente en la lectura de los escritos sagrados en casa, a fin de estar mejor capacitado para leerlos y exponerlos en las asambleas públicas a los cristianos, y a otros que acudieran a estas reuniones públicas.

En cuanto a otros libros, no había muchos en aquella época que pudieran ser de gran utilidad para un ministro cristiano. En aquellos días el gran negocio del predicador era presentar los grandes hechos del cristianismo, probarlos y mostrar que todo había sucedido de acuerdo con la predicción de los profetas; y a partir de ellos mostrar la obra de Dios en el corazón, y la evidencia de esa obra en una vida santa.

En la actualidad, la verdad de Dios no sólo ha de ser proclamada, sino defendida; y muchas costumbres o maneras, y formas de hablar, que para nosotros son obsoletas, deben ser explicadas a partir de los escritos de los antiguos, y particularmente de las obras de aquellos que vivieron en los mismos tiempos, o más cercanos a ellos, y en los mismos países o en los contiguos. Esto requerirá el conocimiento de las lenguas en las que esas obras han sido compuestas, las principales de las cuales son el hebreo y el griego, las lenguas en las que las Sagradas Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento han sido escritas originalmente.

El latín es ciertamente la siguiente consecuencia; una lengua en la que se han escrito algunos de los comentarios más tempranos; y vale la pena aprenderla, aunque sólo sea por las obras de San Jerónimo, que tradujo y escribió un comentario sobre la totalidad de las Escrituras, aunque en muchos aspectos es erróneo y superficial.

El árabe y el siríaco pueden añadirse con gran ventaja: este último es, en efecto, la lengua en la que Cristo y sus apóstoles hablaron y predicaron en Judea; y el primero es radicalmente el mismo que el hebreo, y conserva muchas de las raíces de esa lengua, cuyos derivados aparecen a menudo en la Biblia hebrea, pero las raíces nunca.

Los trabajos de varios eruditos demuestran cuánta importancia tienen incluso los escritos de los autores paganos, principalmente los de Grecia e Italia, para la ilustración de las escrituras sagradas. Y quien mejor conozca los registros sagrados se valdrá de tales ayudas, con gratitud tanto a Dios como a los hombres. Aunque tantas lenguas y tanta lectura no son absolutamente necesarias para formar un ministro del Evangelio, (pues hay muchos ministros eminentes que no tienen tales ventajas), sin embargo, son ayudas de primera magnitud para quienes las tienen y saben usarlas.

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