Porque era del SEÑOR endurecer sus corazones, para que vinieran contra Israel en la batalla, para destruirlos por completo, [y] para que no tuvieran favor, sino para destruirlos, como el SEÑOR ordenó Moisés.

(l) Es decir, para entregarlos a sí mismos: y por lo tanto, no pudieron sino rebelarse contra Dios y buscar su propia destrucción.

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