¡Ay de mí! porque soy como cuando han recogido los frutos del verano, como las uvas de la vendimia: no hay racimo para comer: mi alma deseaba el primer fruto.

(a) El Profeta toma sobre sí la voz de la tierra, que se queja de que todos sus frutos se han ido, de modo que no queda ninguno: es decir, que no queda ningún hombre piadoso, porque todos son dados a la crueldad y al engaño, de modo que que nadie perdona a su propio hermano.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad