REFLEXIONES

Difícilmente es posible leer la historia de la guerra y el derramamiento de sangre sin que nuestras mentes sean conducidas a las graves consecuencias del pecado, que ha introducido la muerte con todas sus cadenas de maldad. He aquí, lector, en el ejemplo que tenemos ante nosotros, cómo los descendientes de Jacob, en las diferentes tribus y familias, han perdido de vista su estirpe original y están ocupados en destruirse unos a otros. ¡Oh! ¡las miserables consecuencias de un estado caído! precioso Jesús! aquí de nuevo, como en mil otros casos, permíteme hacer una pausa para alabarte por tu graciosa intervención en la redención de nuestra naturaleza caída.

¡Señor! Te ruego que en todos los conflictos y guerras en que pueda estar envuelta mi alma, me dejes ver, como Abías, que el Señor está de mi lado, entonces no necesito temer lo que los hombres puedan hacerme. ¡Y oh, Señor! esté mi causa al mismo lado que la suya, con la casa de David. Jesús es mi legítimo soberano: por herencia; porque el Padre le ha hecho heredero de todas las cosas; y por compra y por conquista, porque ha comprado mi redención con su sangre; y por la victoria de su gracia sobre mi corazón, tiene derecho a reclamar mi obediencia y mi amor.

Señor, concédeme que nunca me encuentren levantando el calcañar de la desobediencia contra ti, no sea que, como Jeroboam, el Señor me hiera, y nunca después recobre las fuerzas para levantar la cabeza. Pero hazme sujeto voluntario de tu gracia, para que mi rodilla se doble ante ti, y con todos los redimidos confiesen con gozo que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre. - Amén.

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