REFLEXIONES

¡LECTOR! Observen, les suplico, en el carácter de Manasés, la verdad evidente de la santa palabra de Dios, que el padre no llevará la iniquidad del hijo. La gracia no desciende de padre a hijo por generación natural. ¡Pero qué Dios tan bondadoso tenía que ver con Manasés! ¡Oh! Cuán hermoso y alentador es para los pobres pecadores contemplar tales monumentos de misericordia colocados en la iglesia, como para decirles a los hombres que hay misericordia con Dios para que Él sea temido.

¡Sí! precioso Jesús! tú eres el Padre de misericordias; y tú eres la misericordia prometida; Tú eres en verdad, y siempre serás, Jesús. En ese hermoso nombre está contenida toda misericordia. Tú eres la esperanza de Israel, y su Salvador.

¡Pero lector! Mientras miramos a Amón, el hijo de Manasés, en el mismo momento en que nuestras almas sienten todo el aliento posible en la gracia concedida al padre, ¿no hay suficiente para inducir el temblor cuando contemplamos el estado endurecido del hijo? Como los dos ladrones en la cruz. ¿Quién puede contemplar esa vista sin una mezcla de alegría y terror? Ambos tan cerca de Jesús, y sin embargo el uno tan inconsciente como un muerto; mientras que el otro manifiesta una evidencia tan ilustre de la más alta fe y del más verdadero arrepentimiento.

¡Oh! tú, bendito autor y consumador de nuestra fe y salvación, concede, si es tu bienaventurada voluntad, tanto al escritor como al lector, la gracia adecuada para sacar provecho de ejemplos tan sorprendentes. Que todo tienda a guiar nuestro corazón hacia ti, porque de ti viene nuestra salvación. Señor, abre nuestros ojos, destapa nuestros oídos, para que ya no seamos incircuncisos de corazón y de espíritu; pero haz de nosotros lo que quieres que seamos, y obra en nosotros tanto el querer como el hacer de tu buena voluntad.

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