18) Y había allí tres hijos de Sarvia: Joab, Abisai y Asael; y Asael era ligero de pies como un corzo salvaje. (19) Y Asael siguió a Abner; y al irse, no se volvió a la derecha ni a la izquierda para seguir a Abner. (20) Entonces Abner miró hacia atrás y dijo: ¿Eres tú Asael? Y él respondió: Yo soy. (21) Y Abner le dijo: Vuélvete a tu derecha oa tu izquierda, y agarra a uno de los jóvenes, y toma sus armas.

Pero Asahel no se apartó de seguirlo. (22) Y Abner volvió a decir a Asahel: Apártate de seguirme; ¿por qué voy a derribarte en tierra? ¿Cómo, pues, he de alzar mi rostro a tu hermano Joab? (23) Sin embargo, no quiso volverse; por tanto, Abner lo golpeó con el extremo trasero de la lanza debajo de la quinta costilla, y la lanza salió detrás de él; y cayó allí, y murió en el mismo lugar; y sucedió que todos los que llegaron al lugar donde Asahel cayó y murió, se detuvieron.

Este evento de la huida de Abner y su ejército, y la persecución del ejército de Joab tras él, se presenta aquí muy apropiadamente al relatar la muerte de Asahel. Quizás un joven de más coraje que prudencia frente a un viejo soldado tan experto como Abner. La circunstancia de todos los que vinieron al lugar donde murió, deteniéndose, parece haber sido por la misericordia de Dios, porque de ese modo retrasó a los perseguidores y dio tiempo al ejército de Abner para escapar.

Creo que hay mil, y tal vez diez mil, eventos de este tipo en la vida de cada hombre, que llamamos casuales; pero que, por una especie de providencia preventiva, ministran al designio del Señor, al producir otros eventos con los cuales ellos aparentemente no tienen nada que ver.

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