REFLEXIONES

¡OH! Instructor incomparable del pueblo del SEÑOR; ¡Bendito ESPÍRITU! condescendientes amablemente a mantener vivo en mi alma, por tu divina enseñanza, el recuerdo de mí mismo y de mi propia pobreza y baja condición por naturaleza, que tú me has enseñado; y durante todo mi estado de desierto, por el cual me llevas, dame también para tener en cuenta la infinita plenitud, idoneidad y suficiencia total de la salvación en el SEÑOR mi justicia.

¡Oh SEÑOR, has sido muy misericordioso conmigo! Ciertamente me has humillado y probado, y me has mostrado lo que había en mi corazón, y me has dado en parte para ver lo que aún queda allí de pecado e incredulidad. Como hiciste con Israel en la antigüedad, me alimentaste con el maná de salvación y con el pan de vida. Todos los castigos de tu gracia han sido como castigos de un padre bondadoso y sabio; y me has traído a la plenitud de misericordias y a las riquezas de la redención en CRISTO JESÚS.

Señor, guárdame por tu gracia de todo orgullo espiritual y confianza en mí mismo. Jamás, querido SEÑOR, jamás se me podrá inducir a decir, o pensar, que algo en mí haya contribuido en lo más mínimo a obtener una salvación tan grande; que ni mi fuerza ni mi mano lo hicieron; pero que esté siempre dispuesto a atribuir todo a la soberanía y libertad de tu gracia. Que el lenguaje uniforme de mis labios corresponda, como uno de antaño, a los sentimientos de mi corazón, y que sus sentimientos sean los míos; no por obras de justicia que yo hice, sino por tu misericordia, oh SEÑOR, me salvaste, por el lavamiento de la regeneración y la renovación del ESPÍRITU SANTO derramado sobre mí abundantemente, por JESUCRISTO mi Salvador. Y por tanto, no a mí, oh SEÑOR, no a mí, sino a tu santo nombre sea toda la alabanza.

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