¡Qué cuadro completo ha dibujado aquí el Espíritu Santo de un santo de Dios; silencioso bajo la pesada aflicción del alma, que surge de la indignación por la terrible calamidad. El rasgar la ropa y el arrancar el cabello eran expresiones fuertes de un celo santo por la honra de Dios y un dolor santo por la transgresión del hombre. Pero lo que más deseo que el Lector note en particular es la humildad silenciosa de Ezra, hasta el sacrificio vespertino.

Esa hora grandiosa y de suma importancia, que en todas las edades de la iglesia, y en cada sacrificio, señaló a Jesús. Muy probablemente la hora novena, la misma hora en que Jesús en la cruz terminó la obra de redención y entregó el espíritu, cuando se ofreció a sí mismo en sacrificio por el pecado. No puedo dejar de considerar esta hora (que corresponde, en un punto de tiempo, a nuestras tres de la tarde) como la hora más importante, en referencia a Jesús, y con la mirada puesta en su sacrificio.

Porque así como las diversas edades, desde el momento de la primera institución de los sacrificios hasta la muerte de Cristo, apartan esta hora con peculiar solemnidad, como la hora de ofrecer el sacrificio vespertino; así, desde la muerte de Cristo, los creyentes ahora, al mirar hacia atrás al gran evento que entonces se llevó a cabo, encuentran un consuelo peculiar en el ejercicio de la fe, en todas sus oraciones y ordenanzas, que tienen en cuenta lo que significa.

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