REFLEXIONES

¿Y eres tú, alma mía, en verdad un Sacerdote, en esta gloriosa Casa de tu Dios? ¡Oh! entonces considera al gran Apóstol y Sumo Sacerdote de tu profesión, Cristo Jesús. Es en virtud de tu unión con Él y de la redención por Él que eres traído a este real Sacerdocio y hecho heredero de Dios y coheredero con Cristo. En él se encuentra toda tu autoridad. Por Él se llevan a cabo todos tus ejercicios sacerdotales.

A través de Él, se acepta la totalidad, tanto de tu persona como de tus ofrendas. Y por Él, y sólo por Él, Jehová mira con agrado a toda la Iglesia, que es Su cuerpo. ¡Granizo! ¡Tú, Cordero de Dios! que eres todavía el Cordero en medio del trono: ¡atento tanto a tu casa de abajo como a tu casa de arriba! ¡Todo es santificado y bendecido, siendo escogido por Jehová en ti, antes que el mundo comenzara! Y ahora, y para siempre, cada miembro individual de tu cuerpo místico es honrado y glorioso, por la aspersión de tu sangre y por las dulces comunicaciones de tu bendito Espíritu.

¡Señor! añade una bendición a estos inmensos privilegios, y haz que cada día, cada hora, cada minuto, recuerde y viva ese recuerdo de que tú eres mi herencia; que no tengo herencia en nada aquí abajo; ninguna posesión en la tierra y preocupaciones terrenales; porque el Señor es la porción de mi heredad, y de mi copa tú mantienes mi suerte. Y oh, por cierto, vivir momentáneamente para la gloria y alabanza de mi Señor; y presentando mi cuerpo en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es mi servicio razonable.

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