REFLEXIONES

¡Espíritu Santo! Te suplico, por tus influencias de gracia, capacítame para guardar silencio, y en humildes esperas distinguir tu dirección divina de mis propios razonamientos carnales, cuando me acerque al trono de la gracia, en y por medio del Señor Jesús. Entonces vendré debidamente preparado y renovaré mi fuerza espiritual. ¡Padre Santo! Me postro con reverencia ante el estrado de tus pies. Tengo acceso al propiciatorio en y a través de Cristo, pero fuiste tú quien llamó a Jesús para ser mi Sumo Sacerdote y le diste dominio sobre la gente.

Sí, Señor, tú eres en verdad el primero y el último, Jehová desde el principio. ¡Precioso Señor Jesús! Veo en ti el consejo, el propósito, la gracia y la voluntad de Jehová. Para ti fueron todas las promesas hechas, en ti se cumplen todas, y de ti tu pueblo deriva todo interés y derecho en ellas. Jesús trilló los montes, y en él todo su pueblo será más que vencedor. Sí, Señor, has sometido al pecado ya Satanás por nosotros; y eres tú, y solo tú, quien dominará esos poderes en nosotros.

¡Oh! ¡Señor! ¿Cómo se alegran ya las almas de tus redimidos en la seguridad de la victoria, y se regocijan en el Señor y se glorían en el Santo de Israel? ¡Bendito Padre todopoderoso! ¡Bendito sea para siempre tu nombre, que abriste en el desierto, a la sed de los pobres pecadores, fuentes y ríos de aguas! ¡Has plantado la Planta de la Renombre! ¡Has dado el árbol de la vida! Tú, como labrador, hiciste a Jesús como la vid, y a su pueblo los pámpanos.

Tú, tú mismo, lo has llamado desde el norte y lo has bendecido con el pueblo. ¡Oh! entonces, cuando mi alma, que es pobre y necesitada, en cualquier momento busque agua, y no la hay, cuando todo dentro y fuera de mí se desmaya de sed, ¡Oh! sé tú para mí, bendito Jesús, como ríos y arroyos del Líbano; sí, sé en mí, un pozo de agua, que brota para vida eterna, así que beberé y viviré para siempre.

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