EL PROFETA ISAÍAS

OBSERVACIONES GENERALES.

Entramos aquí por una parte de la Palabra de Dios, de manera muy diferente, a todo lo que hemos recordado antes, a través de las Sagradas Escrituras; aunque dirigido, como todos los demás, a un mismo objeto; es decir, hacer a la Iglesia de Dios sabia para la salvación mediante la fe que es en Cristo Jesús.

Las profecías de las Escrituras forman una parte muy importante en los oráculos de la verdad divina. La profecía, se nos dice, no vino en los tiempos antiguos por la voluntad del hombre; pero los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. Y podemos concluir con mucha seguridad que, tal como hablaron, escribieron. Porque el que dio puerta a sus siervos, dio también la pluma de un escritor listo; para que por ambos pudieran ministrar en su iglesia y llevar consigo el testimonio del Espíritu, de quién eran y a quién pertenecían en el servicio del santuario.

En la Dispensación del Antiguo Testamento, encontramos el espíritu de profecía, manifestando la voluntad divina desde el período más antiguo. En esa promesa memorable e inolvidable, que envuelve en su seno toda la redención, y que se abrió inmediatamente en la caída, apareció el primer amanecer de la profecía. Porque cuando se dijo que la simiente de las mujeres heriría la cabeza de la serpiente; y esta promesa hecha por el Señor mismo; cada revelación posterior tendió a revelar, ilustrar y confirmar esta verdad principal.

Y como el Espíritu de Cristo (que nos dice un apóstol, en tiempos posteriores, comisionado por el mismo Espíritu todopoderoso), estaba en los santos hombres de la antigüedad, dirigiendo sus mentes a toda la verdad; de modo que el gran alcance y la tendencia de todas las profecías que dieron apuntaba uniformemente a esas dos grandes ramas de toda revelación, a saber, los sufrimientos de Cristo y la gloria que vendría después. De modo que a través de toda la Biblia; esta fue la carga de la profecía.

Todo entregado con espíritu de profecía, señaló a Jesús. Él, y solo él, fue el cuerno de salvación, levantado por Jehová en la casa de su siervo David. Y de él, y de él, todo se refería, lo cual Dios habló por boca de todos sus santos profetas que han existido desde el principio del mundo.

En cuanto al profeta Isaías, de cuya pluma inspirada derivamos la bendita profecía que tenemos ante nosotros; el prefacio en la apertura del primer capítulo, nos da toda la información, que nos interesa conocer, con respecto a él. Su nombre es algo notable: Isaías que significa la salvación del Señor. Y lo es aún más, por el alcance y la tendencia peculiar de sus escritos, estando tan en la tensión del evangelio, en referencia a la salvación.

De ahí que algunos no hayan tenido escrúpulos en llamarlo el Profeta Evangélico; y su libro de profecía, un quinto evangelio. Me quedo sin preguntar por el período exacto de su ministerio, habiéndolo hecho ya de manera general, al comienzo de mi Comentario, bajo el título de El orden de los libros de la Escritura. A esto, por tanto, me refiero; sólo justamente, observando, además de lo que allí está escrito, que formó una era interesante en la iglesia, siendo diseñada para preparar las mentes de la gente, para el inminente cautiverio de la iglesia en Babilonia, que tuvo lugar alrededor de 200 Años después.

Aprovecho una vez más para suplicar al lector, como lo he hecho de manera uniforme, en la entrada de cada libro de la Sagrada Escritura; que se unirá en espíritu y corazón a mis pobres oraciones en un propiciatorio, para que tanto el escritor como el lector estén bajo su bendita enseñanza, que enseñó al profeta; para que mientras recibamos estos oráculos divinos, como palabra de Dios, y consideremos que el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía, podamos tener siempre presente a Aquel a quien dan testimonio todos los profetas; y nunca pierda de vista el gran objetivo y diseño de todos sus siervos y de todos los demás siervos de la comisión del Señor; para que por su nombre todo aquel que en él crea, reciba remisión de los pecados. Amén.

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