REFLEXIONES

¡LECTOR! mientras que este Capítulo, en su terrible final, presenta las más poderosas instrucciones acerca de los maestros verdaderos y falsos en la Iglesia de Dios; y que basten en sí mismos para llamar la atención más despierta a todos los que están interesados ​​en el ministerio de la palabra de Dios: oremos por esta parte con fervor, para que el Señor pueda encomendar lo que aquí se dice a su solemne convicción.

Pero que tú y yo nos detengamos con deleite en la primera parte de este bendito Capítulo, en el que encontramos tanto dicho, y tan benditamente dicho, acerca de Aquel que es el Señor nuestra Justicia. Miremos fija y fijamente a Aquel que vuelve a casa así recomendado para nosotros, bajo este carácter entrañable, y no lo perdamos de vista, hasta que hayamos mirado, amado y creído así para salvación, como para saber que él es en verdad el Señor nuestra Justicia.

¡Lector! Tú y yo no podemos dejar de saber que ambos necesitamos una justicia; porque sin la santidad nadie puede ver al Señor. Y como no tenemos esta santidad en nosotros mismos, es hora de que la busquemos en otro. Y esta justicia no se encuentra en ninguna parte sino en Cristo. Ahora bien, si a usted y a mí se nos enseña, y se nos enseña en salvación de Dios el Espíritu Santo, quién es Cristo y qué ha hecho, que el que no conoció pecado, por nosotros fue hecho pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. ; entonces lo conoceremos, y lo llamaremos, por este nombre glorioso, el Señor justicia nuestra.

Roguemos a Dios el Espíritu, que sea nuestro maestro y llevemos a casa a Cristo en nuestros corazones en toda su hermosura, idoneidad y suficiencia total. Busquemos con fervor esa bendición inefable, para saber que Él es hecho por Dios para nosotros sabiduría y justicia; santificación y redención, para que toda nuestra gloria sea en el Señor. Entonces tendremos esa experiencia del alma bendita, de la que habla el Profeta, y tanto nuestra vida como nuestra conversación serán las mismas. Ciertamente se dirá: En el Señor tengo justicia y fortaleza; aun a él vendrán los hombres; y todos los que creen en él nunca serán avergonzados ni confundidos, por los siglos de los siglos. Amén.

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