REFLEXIONES

¡Bendito Señor Jesús! Dejaría todos los demás temas, todas las demás consideraciones, para seguirte, Cordero de Dios, dondequiera que te encuentre en tus escrituras de la verdad. Y como aquí en este Capítulo encargaste a tu siervo Miqueas que le dijera a la Iglesia, edades antes de tu encarnación, dónde nacerías; en Belén Efrata, ¡meditaría mi alma el misterioso nacimiento de Aquel, cuyo nombre fue, es y será por siempre, Maravilloso! Alza, alma mía, esta mañana y vuela al lugar de honor.

Te guiará una luz mayor que el ministerio de una estrella, que guió a los sabios; porque Jesús mismo, por su bendito Espíritu, irá delante, y señalando el lugar, dirá, como en sus propias benditas palabras, ¡este hombre nació aquí! Pero, ¡oh! ¡Jesús Todopoderoso! aun cuando esté en dulce meditación en Belén, ¿no volveré con pensamientos devotos a la contemplación de la eternidad, y recordaré que tus salidas han sido desde la antigüedad, desde la eternidad?

En verdad, en verdad, mi honorable Señor, fue antes de todos los mundos que saliste para la salvación de tu pueblo, incluso para su salvación, entonces eras tú el ungido. De modo que todo lo que has hecho después en el tiempo, y todo lo que estás comprometido incesantemente ahora en la eternidad, y lo serás por los siglos de los siglos, está en el mismo bendito diseño, para la gloria de tu Padre, en la redención de él y tuyo. elegido.

¡Granizo! ¡Dios Todopoderoso! ¡Granizo! Tú, Hombre Maravilloso. Tú eres, y serás, la paz de todos tus redimidos, cuando todas las tropas de los asirios, incluso todo el ejército de los enemigos de la Iglesia, entren en nuestra tierra. Tú estarás y apacentarás tu rebaño con el poder de Jehová, en presencia de sus enemigos, y harás rebosar su copa. Y tu remanente estará en medio de muchos pueblos, como un rocío, tan numeroso, tan hermoso, tan refrescante y hermoso, de tu hermosura puesta sobre ellos.

Y todo esto, sí, y más que ojo, ha visto, u oído oído, o la mente puede pensar, enteramente de ti mismo, para ti mismo y tu propia gloria; no esperando su clamor ni sus merecimientos, sino como las dulces influencias del cielo en las lluvias que caen, que no se detiene al hombre, ni espera a los hijos de los hombres. ¡Señor! Sé así según tu promesa, como el rocío a todo tu Israel. Amén.

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