REFLEXIONES

Cuán verdaderamente hermosa es la iglesia de Dios cuando se consideran en ella varios órdenes y personajes. Aquí, en este capítulo, tenemos una débil representación de ello. Aquí se presenta al pueblo de Dios renovando su pacto, firmando y sellando el testimonio de la verdad de Dios, su derecho a recibir las bendiciones del pacto en él; y su autoridad y poder sobre ellos en virtud de haberlos hecho pacto con él.

Estas relaciones distintivas, si puedo llamarlas así, están marcadas. Cada uno en su rango y orden suscribe su mano a la bendita verdad. Empieza el gobernador, siguen los sacerdotes y los levitas; y el resto del pueblo presenta la gran cuenta. ¿Y no es este el caso de la iglesia de Dios y de las personas de todas las edades? Elegido del mundo, distinguido y apartado del mundo, Dios se reconoce a sí mismo como el Padre misericordioso de su Cristo; y su pueblo en Cristo como un pueblo que él formó para sí mismo, y que manifestará su alabanza.

Jesús es el verdadero Tirshatha, el gobernador de su pueblo; todo su pueblo fue hecho por él reyes y sacerdotes para el Padre. Y como toda su familia, jóvenes y viejos, altos y bajos, de ambos sexos y caracteres, suscriben y sellan que Dios es verdadero; de modo que derramó bondadosamente su Espíritu Santo sobre todos, según la medida del don de Cristo. ¡Mi alma! ¿Eres de esta familia? ¿Te ha declarado hoy el Señor que eres su siervo? ¿Y has declarado que el Señor es tu Dios? ¡Sí! bendito Jesús! en ti ruego ser hallado.

Tú eres el pacto y la totalidad del pacto. Aquí suscribiría mi mano y pondría mi sello. Y ¡oh! Bendito Señor, ponme como un sello en tu corazón y como un sello en tu brazo. Deja que tu bendito Espíritu selle mi alma hasta el día de la redención. Amén.

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