Mejor es el pobre que camina en su rectitud, Que el de perversos caminos, aunque sea rico. El que guarda la ley es hijo sabio, pero el que es compañero de alborotadores avergüenza a su padre. El que aumenta sus bienes con usura y ganancia injusta, los recogerá para el que se compadece de los pobres. El que aparta su oído para no oír la ley, aun su oración será abominación.

El que extravía al justo por el mal camino, él mismo caerá en su propia cisterna; pero los rectos poseerán el bien. El rico es sabio en su propia opinión; pero el pobre que tiene entendimiento lo escudriña. Cuando los justos se regocijan, hay gran gloria; pero cuando los impíos se levantan, el hombre se esconde. El que encubre sus pecados no prosperará; pero el que los confiesa y los abandona, alcanzará misericordia. Bienaventurado el hombre que siempre teme, pero el que endurece su corazón caerá en el mal.

Me quedo sin señalar los varios testimonios muy llamativos que están contenidos en estos versículos. Espero que el lector los lea por medio del evangelio; y entonces descubrirá cuán seguras son las promesas, que en Cristo Jesús son todo sí y amén. ¿Quiénes son los pobres de los que se habla aquí, sino los pobres de espíritu, ricos en fe y herederos del reino? ¿Y quién es el hijo sabio, sino el que vigila a Cristo, el fin de la ley, para justicia a todo aquel que cree?

De la misma manera, si el todo es interpretado por el evangelio, encontraremos mucha dulzura en cada uno. Santiago 2:5 ; Romanos 10:4

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