Ahora pues, hijos, oídme, porque bienaventurados los que guardan mis caminos. Escucha la instrucción, sé sabio y no la rechaces. Bienaventurado el hombre que me escucha, vigilando cada día a mis puertas, esperando en los postes de mis puertas. Porque el que me hallare hallará la vida, y alcanzará el favor del SEÑOR. Pero el que peca contra mí se agrava a sí mismo: todos los que me aborrecen aman la muerte.

El capítulo concluye dulcemente como comenzó. Cristo como mediador de la sabiduría, habiendo llamado en voz alta a la iglesia para que lo escuche, y habiendo abierto su comisión y mostrando su amor a su pueblo, y la bienaventuranza de conocerlo; ahora dobla todo en una ferviente exhortación a que su iglesia lo escuche; y declara los felices efectos de seguir su consejo, y la terrible consecuencia de rechazarlo, al convertirse en asesinos de su propia alma.

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