¡Cuán deliciosamente termina el Salmo! Por el espíritu de profecía, se describe a Cristo declarando su amor a Jehová, a pesar de toda su fuerza prometida impartida, y ahora, habiéndose sentado en el asiento del Conquistador, termina su himno de alabanza celebrando nuevamente su gloria. El Señor Jehová vive un YO SOY eterno y eterno. Y vive Jehová, así ha exaltado y coronado a su ungido. Y, lector, no dejes de observar cómo Cristo incluye la bienaventuranza de su simiente para siempre. ¡Sí! precioso Señor, tú y tu simiente son uno. En ti son contemplados, por ti salen victoriosos, y por ti son bendecidos para siempre. Amén.

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