¿No podemos, de hecho, no deberíamos contemplar a Cristo como nuestro Mediador, cuando leemos, en este y otros pasajes de las Escrituras, que el Señor nos mira, y que sus oídos están abiertos a nuestro clamor, y que su rostro está sobre nosotros? Ruego al lector que observe que no afirmo nada positivamente sobre temas de esta naturaleza misteriosa. Pero hablo con toda la reverencia posible cuando digo, me atrevo a creer que es de Cristo nuestro Mediador, Dios y hombre en una sola persona, que tratan estas escrituras, que atribuyen así a Dios partes y acciones humanas.

No de Jehová, como Jehová solo, sino de Aquel que es Dios y hombre, y nuestro Redentor glorioso, misericordioso, amable y amoroso. Y debo agregar más sobre este tema, que así leídas y aceptadas, las palabras, como otras similares en varias partes de la Biblia, abren las visiones más benditas de nuestro Jesús; y abrir también una puerta para buscar la dulce comunión y compañerismo con Cristo, de las varias conexiones cercanas y queridas en las que él ha condescendido a ponerse con nuestra naturaleza, como nuestro Hermano, Esposo, Fiador y similares, por encima de lo que Jehová ha comprometido y prometido en el pacto eterno de redención.

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