REFLEXIONES

¡Bendito Jesús! Dondequiera que dirija mis ojos, a lo largo de todo el volumen de tu sagrada palabra, cuán precioso es para mi alma anhelante contemplarte expuesto por el Espíritu Santo y glorificado a mi vista. Señor, te ruego que este dulce Salmo esté entre las Mictamas de mi corazón.

Te miraré, oh Señor, en todas mis aflicciones. Es justo, es justo, que mi Dios y Padre se disguste de mis andanzas. La tierra en verdad puede temblar por las brechas que el pecado ha abierto en nuestra pobre naturaleza caída. Pero mira, Señor, te ruego, al Varón que está a tu diestra, al Hijo del Hombre, a quien has hecho tan fuerte para ti mismo: mira a Jesús, que por sus redimidos ha bebido el vino del asombro, aun hasta que su preciosa alma clamó de amargura: Mi alma está muy triste hasta la muerte.

¡Padre Santo! ¿No fue así ejercitado tu Santo, y hecho pecado por su pueblo, para que fueran hechos justicia de Dios en él? ¡Oh! por la gracia para creer esto, y para vivir eternamente en el disfrute de ello.

¡Precioso Jesús! tú has obtenido la victoria, y tu brazo ha traído la salvación. Tráeme, pues, Señor, bajo tu estandarte; llévame a tu casa de banquetes. Ayúdame con una fe preciosa a regocijarme ahora, en la bendita perspectiva de esa gloria que será revelada. Sí, bendito Señor, déjame verme sentado por fe en los lugares celestiales, en y contigo mismo. Y permíteme regocijarme, como tu siervo hizo con su Galaad, y su Manasés, y su Efraín, con mi Señor Jesús, y su reino, y su poder y su gloria.

Ciertamente, si soy de Cristo, entonces soy simiente de Abraham y heredero según la promesa. ¡Oh! déjame escuchar tu voz día tras día con esta seguridad, hasta que me lleves a casa al gozo eterno de mi Dios y de Cristo para siempre.

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