REFLEXIONES.

¡Bendito Jesús! Has prometido ser como el rocío a Israel, y aquí mandas a tu pueblo que te pida esas bendiciones. ¡Señor! cuando vienes en gracia, inclinas a tus redimidos a encontrarte en el propiciatorio, y luego los evitas con tu bondad. Te suplicamos, Señor, que cumplas tus promesas a tus redimidos. Deja que las almas de tu pueblo te conozcan, bajo todo tu carácter amable.

Tú eres la principal piedra del ángulo de tu edificio espiritual. En ti descansaré todas mis esperanzas, de vida, de muerte, de tiempo y de eternidad. Tú eres el clavo en lugar seguro; porque en ti están firmemente puestas todas las esperanzas de la Iglesia, no sólo con respecto a la vida que es ahora, sino a la que está por venir. ¡Oh! Fortalece a tu Judá, y bendice a tu Israel. Salva la casa de José, como has dicho; sí, salva a todos tus redimidos, tanto judíos como gentiles, y trae a todos como un solo redil a la tierra de la Galaad espiritual; y al monte eterno del Líbano, tu reino glorioso.

A ti toda la Iglesia te está mirando, y en ti descansan para recibir esas bendiciones. Haz, Señor, como has dicho. Y, ¡oh! para que el Señor apresure su bendito propósito para su pueblo, cuando la justicia cubra la tierra, como las aguas cubren el cauce del gran abismo; y cuando toda la tierra esté llena del conocimiento del Señor, y se ofrezca incienso al Señor desde que sale el sol hasta que se pone. Amén.

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