El verbo castellano está cargado de tonos emotivos y significa, algunas veces, abominar; otras, abandonar o dejar y, finalmente, aburrirse de una persona o situación. En el aborrecer bíblico también entran estos diversos matices, y además, a veces, está preñado de ira, odio o mala voluntad hacia una situación o hacia una persona.

Aborrecer al prójimo o al hermano es pecado a los ojos de Dios (Génesis 27:41; Génesis 37:4; Levítico 19:17; 2 Samuel 13:22). Quien aborrecía a su mujer y la abandonaba sin justo motivo era castigado y debía recibirla de nuevo (Deuteronomio 22:13-19). Pero la ley afirma que cuando existen causas legítimas para abandonarla, entonces el marido no tiene la obligación de juntarse a ella de nuevo (Deuteronomio 24:3-4). Cuando los sentimientos que unen a dos personas están basados meramente en la carne, el aborrecimiento puede ser un peligro muy posible (2 Samuel 13:15). En la Biblia, «aborrecimiento» puede designar, a veces, un grado inferior de amor (Génesis 29:30-31; Deuteronomio 21:15; Proverbios 13:24; Malaquías 1:2-3; Lucas 14:26; Romanos 9:13).


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