Entonces dijo Judá a Tamar su nuera: Quédate viuda en casa de tu padre, hasta que crezca Sela mi hijo; porque dijo: No sea que muera él también, como sus hermanos. Y Tamar fue y habitó en la casa de su padre.

Porque dijo: No sea que muera él también. Sela, su tercer hijo, era todavía un muchacho, y Judá le recomendó a Tamar que se recluyera como viuda por un tiempo, hasta que ese joven hubiera alcanzado la edad de casarse, cuando, como el siguiente representante de su hermano mayor, la desposaría. Pero este consejo era un simple pretexto para ganar tiempo. Judá no era sincero en sus intenciones de cumplir la promesa; porque, albergando alguna sospecha, o abrigando una noción supersticiosa de que el matrimonio con Tamar era una conexión de mal agüero, estaba secretamente deseoso de impedir que Selá se casara con ella, y así salvar a ese hijo del temido destino de sus dos hermanos.

Pero era el deber de Judá, si no contemplaba casarla con su hijo, liberarla de su obligación de esperar a Sela, dándola en matrimonio a alguna otra persona. Habiendo muerto la esposa de Judá, la intervención de la temporada de luto habitual excluyó, por supuesto, los pensamientos de una nueva conexión familiar durante un tiempo. Pero ese período había terminado, y la mención del mismo parece expresamente destinada a mostrar que Judá estaba en circunstancias de cumplir con el deber de suegro para con Tamar, y sin embargo había descuidado hacerlo.

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