Pero será en el séptimo día, que se rapará todo el pelo de la cabeza y de la barba y de las cejas, y se rapará todo el pelo; y lavará sus vestidos, también lavará su carne en agua , y será limpio.

En el séptimo día... se rapará todo el cabello... Esta nueva ablución de toda su persona y de sus ropas, así como el afeitado de todo su cabello, que debía hacerse con mayor cuidado y particularidad, era necesaria desde el punto de vista sanitario, para que no quedara ningún vestigio de lepra en su cabello o en sus ropas. La circunstancia de que se empleara un sacerdote parece implicar que se darían instrucciones adecuadas al leproso recién recuperado, y que se explicarían las ceremonias simbólicas utilizadas en el proceso de depuración.

No podemos decir hasta qué punto se entendían entonces. Pero podemos trazar algunas analogías instructivas entre la lepra y la enfermedad del pecado, y entre los ritos observados en el proceso de limpieza de la lepra y las disposiciones del Evangelio.

La principal de estas analogías es que, así como sólo cuando un leproso mostraba un cierto cambio de estado el sacerdote ordenaba un sacrificio, así un pecador debe estar en el ejercicio de la fe y la penitencia antes de que los beneficios del remedio del Evangelio puedan ser disfrutados por él. Se supone que el pájaro sacrificado y el pájaro liberado, pues ningún emblema de la naturaleza era suficiente, tipifican, el uno la muerte y el otro la resurrección de Cristo; mientras que los lavados, el afeitado y las aspersiones sobre el que había sido leproso tipificaban los requisitos que llevaban al creyente a limpiarse de toda inmundicia de la carne y del espíritu, y a perfeccionar la santidad en el temor del Señor.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad