Le dice a su Padre la razón por la que el mundo los odiaba, porque no eran del mundo. Por generación, en verdad, eran del mundo; pero por regeneración, no eran del mundo. Así se volvieron semejantes a él, naciendo de nuevo de ese Espíritu Santo, por cuya operación todopoderosa, tomó sobre sí la forma de un siervo. Pero aunque no eran del mundo, todavía era necesario que permanecieran en el mundo; por eso prosigue, no te pido que los quites del mundo. (San Agustín, tratado. 107. en Joan.)

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