Tal fue el exceso de la humildad de San Pedro, que se juzgó indigno de la presencia de Cristo, y por ello se hizo más digno. Así que el centurión, por un acto similar de auto-humillación, mereció escuchar de la Verdad misma, que era preferido a todo Israel. Sin embargo, Eutimio opina que San Pedro deseaba que Cristo lo dejara por temor, no fuera que le sucediera algún mal, porque no era digno de su presencia. De la misma manera que la viuda de Sarepta pensó que su hijo había muerto, porque ella no era digna de la presencia de Elías. (3 Reyes xvii. 18.) (Maldonatus)

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