Y David alzó los ojos y vio al ángel del Señor de pie entre la tierra y el cielo, que el Señor le había hecho visible, con una espada desenvainada en la mano extendida sobre Jerusalén. Entonces David y los ancianos de Israel, que estaban vestidos de cilicio en señal de profundo lamento y arrepentimiento, cayeron sobre sus rostros con terror y súplica.

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