Pero él mismo hizo un día de viaje por el desierto, el desierto árabe del norte, y vino y se sentó bajo un enebro, un aulaga o una retama, abundante en los lechos de los arroyos; y pidió para sí mismo que podría morir, y dijo: Basta; ahora, Señor, quítame la vida, porque no soy mejor que mis padres. Sintió que había vivido lo suficiente, que había cumplido con su deber; estaba cansado de su oficio profético y ansiaba descansar.

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