Y Acab entró en su casa pesado y disgustado, de mal humor y enojado, a causa de la palabra que le había hablado Nabot el jezreelita; porque había dicho: No te daré la heredad de mis padres. Y lo acostó en su cama, y ​​volvió su rostro, mirando fijamente a la pared, y no quiso comer pan. Era una manera infantil y despreciable de mostrar su disgusto por la negativa de Nabot, indicando, al mismo tiempo, que Acab, con toda su maldad, carecía de energía para llevar a cabo sus designios.

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