Pero Giezi, el siervo del varón de Dios, dijo, pensando en su corazón: He aquí, mi señor ha perdonado a Naamán, este sirio, al no recibir de sus manos lo que traía, habiendo despertado los ricos presentes la codicia de Giezi. ; pero, según viva el Señor, un juramento blasfemo a este respecto, correré tras él y tomaré algo de él, a fin de poseer al menos una parte de esa riqueza.

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