Vinieron, pues, y llamaron al portero, el centinela de la guardia, de la ciudad, el hombre apostado a la puerta; y les contaron, a todos los centinelas que se apresuraron a su llamada, diciendo: Llegamos al campamento de los sirios, y he aquí, no había allí ningún hombre, ni voz de hombre, ninguna persona a la que se pudiera ver ni oír, sino caballos atados y asnos atados, y las tiendas como estaban.

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