Y en los días de estos reyes, mientras los varios gobernantes menores estuvieran en el poder bajo la soberanía general de Roma, el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será destruido, siendo evidente su carácter divino y eterno; y el reino no será dejado a otras personas, su dominio será tomado por un nuevo poder que pueda surgir, sino que romperá en pedazos y consumirá todos estos reinos, poniendo fin a todas las potencias mundiales, y permanecerá para siempre.

El reino de Cristo no es de este mundo y, sin embargo, su poder es tal que supera todo poder y autoridad humanos y, en cambio, establece el reino glorioso del Evangelio de la paz; porque Cristo es Rey de reyes y Señor de señores.

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