Y al final de los días, el tiempo señalado para este castigo, yo, Nabucodonosor, alcé mis ojos al cielo, en el gesto de quien busca ayuda desde allí solo, y mi entendimiento volvió a mí, de modo que una vez más había el uso pleno de su razón, y bendije al Altísimo, reconociéndolo así como el único Dios verdadero, y alabé y honré a Aquel que vive para siempre, cuyo dominio es dominio eterno, y Su reino es de generación en generación, como el rey había dicho en la introducción de este edicto, v. 3;

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