No obstante, podrás matar y comer carne en todas tus ciudades, todo lo que tu alma desee, o, dondequiera que elijan, según la bendición del Señor, tu Dios, que te ha dado, como su rica bondad ha provisto; el inmundo y el limpio podrá comer de él, como del corzo y como del ciervo. Este precepto reemplazó y anuló la ordenanza que se había observado en el desierto, donde todos los animales que iban a ser sacrificados debían ser llevados a la puerta del Tabernáculo, Levítico 17:3 .

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